La Iglesia del libro de los Hechos en la Biblia nació envuelta en una atmósfera de continua oración. Por indicaciones del Señor Jesucristo, los apóstoles, discípulos y creyentes aguardaron en Jerusalén perseverando unánimes en oración y ruego hasta que descendió el Espíritu Santo. Este fue el comienzo de la Iglesia y del avivamiento espiritual que sacudió toda aquella región. Mientras ese grupo de líderes reunidos en Antioquia oraba y ayunaba el Espíritu Santo ordenó que debieran enviar a Bernabé y a Saulo para comenzar la era misionera de la Iglesia.
La oración y el avivamiento van tomados de la mano y la historia lo confirma. Para el año 1512, la insatisfacción de un hombre de Dios con el mundo religioso de sus días le llevó a un tiempo extenso e intenso de oración. Con la Biblia abierta iba descubriendo verdades profundas que nunca le enseñaron. Luego de ese periodo de reflexión y oración surge la Reforma con sus 95 tesis. Ese hombre fue Martin Lutero. Ni el tiempo ni el espacio nos darían para hablar de Juan Wesley, Jorge Whitefield, Carlos Finney, Carlos Spurgeon, Dwight L. Moody, Billy Graham, Luis Palau y muchos más que junto con la Iglesia cambiaron la historia de sus días después que se entregaron a la oración.
Estamos en el año 2017 del siglo 21 y los mismos problemas de antaño son los nuestros: crisis en los hogares, tensiones en la economía, depresión en la personalidad, depravación moral, corrupción, crímenes y obstáculos por todas partes. Ni los discursos, ni las promesas de paz de los gobiernos podrán cambiar la situación que estamos viviendo a menos que la Iglesia doble sus rodillas y como soldados llenos de valor y de fe salgamos a la palestra determinados a sacudir los cimientos del mismo infierno y arrebatar las almas aun de las fauces de Satanás para el reino de los cielos.
¡Usted está esperando ese momento!; no espere más, es ahora, doble sus rodillas, abra su corazón y dígale al Señor: “Enséñame a orar conforme a tu voluntad, límpiame y hazme un instrumento de poder en tus manos”. Yo le garantizo que Dios le va a escuchar y le va a conceder esta oración. ¿Cómo lo sé? Porque el salmista dice: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios,” ¡Amen!
Pastor Luis O. De León