Confieso que me asombra la sutileza del Diablo para inventar nuevas ataduras de opresión con rótulos atrayentes. Todo este asunto de drogas, mundanalidad y pecados groseros ya es muy conocido. Uno de sus últimos inventos es el de crear tal adicción al trabajo que sus víctimas se sienten heroicas e importantes a medida que son destruidos.

El trabadicto- o adicto al trabajo- generalmente es una buena persona, con un alto sentido de la dignidad y el compromiso. A menudo es un buen esposo y padre de familia y suele ser un creyente normal. ¿Cómo destruir a una persona con tan buenas cualidades…? Muy sencillo. Alimentando su ego, su sentido de importancia y su necesidad de prestigio y aplauso; luego prosperarlo en su trabajo, hacerlo importante y llenarle todo el día de “importantes decisiones”, para luego devolverlo al hogar hecho un guiñapo y mandarlo ocasionalmente a la iglesia a dormir o a pensar en el trabajo de mañana, los números de pasado mañana y las tareas de la semana.

A esta altura el trabadicto esta tan dominado por la presión hiperactiva del trabajo compulsivo que difícilmente crea que ésta es una de las trampas más astutas y mortales de todas.

Dios ha sido muy claro al establecer las prioridades correctas de la vida: Primero, amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas tus fuerzas, y luego buscar el reino de Dios y su justicia, lo demás viene por añadidura. El diablo sabe que este es el secreto de la verdadera felicidad y la verdadera prosperidad, pero nos enloquece buscando “las añadiduras” y terminamos perdiendo el Reino de Dios, su justicia y la misma Presencia de Dios.

Tomado del libro, Un Corazón Pastoral por el Dr. Carmelo B. Terranova

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