Cuando uno quiere algo, se quiere por un tiempo, se quiere por unas horas, se quiere por unos días, un mes, un año. Y se puede querer toda la vida, y estar toda la vida con las cosas que queremos. Pero es de afuera, no es de adentro. Cuando se ama es distinto. No se ama por un rato, no se ama por una semana, no se ama por un año. Se ama para toda la vida, ¡toda la vida! Esto enseña la Biblia: “Con amor eterno te he amado, te amaré siempre”. Cada vez que se habla de amor, no se habla de una emoción, ni de un sentimiento. Habla de una presencia: “soy yo que estoy contigo, yo que estoy a tu lado, yo que quiero bendecirte, y lo hago por siempre.”
Eso explica muchas cosas. Hay mucha gente que sabe querer, pero no sabe amar. Hay gente que se casan por que se quieren, pero nunca han sabido amarse y nunca se amarán. Entonces tienen que, continuamente, ir alimentando el sentimiento y hay que hacerlo, y es un deber hacerlo. El amor de Dios, el amor que salva, el amor verdadero, el amor profundo, el amor autentico, es eterno, no muere.
Cuando es amor se realiza, se perfecciona. Es por eso que 1 Corintios 13 describe no el “Yo te quiero” sino el “Yo te amo”. No el tú me quieres sino el tú me amas. Amar es un compromiso para toda la vida y es una sola vez y con una sola persona. Se puede amar a Dios y no al mundo. Lo hace muy claro Jesús: “Ninguno puede amar y servir a dos señores”. NO se puede. El uno excluye al otro. Un profundo amor siempre es un amor exclusivo.
Ser cristiano, seguir a Cristo, es tener un amor. Un solo amor. No de a ratos, no por cinco años, no por diez años. Es amar hasta la eternidad.
Tomado del libro Un Corazón Pastoral del Dr. Carmelo B. Terranova