Si Dios fuera jurídicamente justo, ni tu ni yo tendríamos escapatoria. Su justicia nos ajusticiaría. El mismo Sermón del Monte es una apología para ir más allá de lo justo y equitativo. Algunos ejemplos: Si te piden, da más de lo pedido; si te golpean en una mejilla, pon la otra; si te obligan a llevar una carga por una milla, haz dos millas.

En realidad, todo esto es injusto. Y nos resistimos a ser parte de esta exageración de bondad. Pero así es Dios de injusto con nosotros. Si se comportara con justicia, si aplicara la ley y los mandamientos, ninguno de nosotros sería salvo, y mucho menos parte del Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Hay algo más allá de la justicia, y eso se llama en el lenguaje de Dios, MISERICORDIA. Jesús no murió por nuestras justicias, murió por nuestras injusticias. Nos perdonó cuando debía condenarnos, nos amó cuando merecíamos el rechazo, nos buscó cuando no había ninguna razón para ser buscados. Pablo lo dice con conmovedora claridad: “Dios, que es rico en MISERICORDIA, por causa del gran amor con que nos amó… nos salvó”. La misericordia le ganó a la justicia.

Nunca pidas justicia de parte de Dios, pide misericordia. Nunca pidas fría justicia, exige ardiente misericordia. Porque la parte de la justicia la pago   el Señor en la cruz… ¡Y solo él tiene derecho a aplicar la justicia, no solo para ti, sino para todos los demás!

Tomado del libro “Un Corazón Pastoral” del Dr. Carmelo B. Terranova

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