Una de las más importantes promesas del Señor fue la de enviarnos a la Persona del Espíritu Santo. Dios mismo viviendo, habitando y dirigiendo nuestra vida. Y uno de los mandamientos más urgentes fue el de ser llenos del Espíritu. La promesa del Espíritu nos garantiza ir al cielo. La plenitud del Espíritu nos permite traer el cielo a nuestra vida. La diferencia es fundamental: la primera nos asegura la salvación en plenitud, obediencia y victoria. La segunda, ser habitado por el Espíritu Santo es tener a Dios en nuestra vida. Ser llenos del Espíritu es permitir que Él venga al control de nuestra vida.

            Si estuviese lleno del Espíritu Santo, tendría permanentemente el gozo del Espíritu sin importar las circunstancias en que estoy viviendo.

            Si estuviese lleno del Espíritu Santo, hablaría de Cristo con todo denuedo y autoridad sin importarme las opiniones ajenas.

            Si estuviese lleno del Espíritu Santo, amaría a todo el mundo con el amor del Espíritu, sin importarme si me aman o no me aman.

            Si estuviese lleno del Espíritu Santo, todo lo que hiciera, sea de palabra o de obra lo haría como para el Señor, sin importarme la aprobación o desaprobación de la gente.

            Si estuviese lleno del Espíritu Santo, permitiría a Dios conformarme a la imagen y semejanza de Jesucristo sin importarme estar cada vez más distante de la forma del mundo.

            Si estuviese lleno del Espíritu Santo, estaría totalmente vacío de mis intereses, tendencias, preocupaciones y ataduras de la carne y entonces entendería lo que es vivir en el Espíritu.

Tomado del libro devocional “El Pastor dice…”  del Dr. Carmelo B. Terranova

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