Todos deseamos tener una vida victoriosa y yo también me incluyo. Cuando miramos los personajes de la Biblia descubrimos con verdadero asombro una clave que siempre pasamos por alto y la reemplazamos con lenguaje religioso. Esta es la clave: Sí elijo la obediencia, termino en victoria aunque me cueste obedecer. Cuando elijo las preferencias termino en derrota aún cuando me agraden mis preferencias.
Lo trágico de esta situación es que en nuestras preferencias arrastramos a nuestros queridos y el daño es irreparable. Saulo de Tarso lo supo enseguida y preguntó: “Señor, ¿Qué quieres que haga?”, en otras palabras; ¿Cuál es tu preferencia que yo quiero obedecer? Hablamos de nuestros sentimientos y razonamos acerca de nuestras motivaciones pero todo se reduce a solamente dos reacciones: Obediencia o Preferencia.
Buscamos la iglesia que nos agrada, la pareja que nos interesa, la doctrina que nos conviene o los ministerios que nos gratifican. Todo eso es lo que la carne quiere. La carne tiene preferencias, nunca obediencia. La obediencia descansa en la Revelación de la Palabra de Dios y el ministerio de Autoridad de un púlpito ungido por las Escrituras. Esto no siempre coincidirá con nuestras preferencias. Samuel fue muy claro con el rey Saúl: “el obedecer es mejor que los sacrificios porque como pecado de adivinación es la rebeldía y como ídolos de idolatría la obstinación”.
Siempre la alternativa será entre obedecer o preferir. Sin la menor duda, toda preferencia que no coincida con la obediencia a Dios trae a la larga, amargura y derrota.
(Tomado del libro Un corazón Pastoral por el Dr. Carmelo B. Terranova)