Hace muchos años, aunque parezca extraño, había una vez una niña que se atemorizaba cuando su madre se le acercaba para tocarla. Se negaba que su madre le acariciara. Se avergonzaba delante de sus compañeros de clases de explicar porque las manos de su mama eran tan feas. Con amor y paciencia aquella madre la peinaba, lo cual la niña resignadamente y rezongando lo permitía. Con cuanto amor le preparaba a su hija la merienda para la escuela, sin saber que su hija, la tiraba al zafacón porque le causaba repugnancia.
Un día, ya la niña no soportando más la situación le pregunta a su madre: “¿Por qué tienes esas cicatrices en tus manos?… la madre mirándola y conmovida le explica: “Hija, tu cuna se incendió cuando eras una bebé y ante la desesperación de que pudieras morir quemada, con mis propias manos apague el fuego. Esto causó estas cicatrices tan feas en mis manos. Así que no tienes que temer, ni avergonzarte”, le siguió explicando su madre. “-No hubiera tenido estas cicatrices si no te hubiera amado más que a mi propia vida.”
El cantante cristiano Manuel Román- quien fue a morar con el Señor en el 1997- cantaba una canción muy hermosa titulada “Esas manos”, cuya letra dice: “Esas manos son aquellas que un día en una Cruz clavadas, impartían perdón y no importando lo tirano del malo ni lo adverso del mundo, pueden darte su amor.” Que mensaje tan hermoso y poderoso. Lo cierto es que Jesús no hubiera sufrido las cicatrices que causaron los clavos en sus manos, si no nos hubiera amado. Él nos amó más que la vida y sufrió por nosotros hasta la muerte. El amor de madre es incomparable, pero hay un Amor superior al amor de madre; es el Amor de Jesucristo. Hoy él puede transformar tu vida para siempre. Ese es el Evangelio. Estas son las Buenas noticias. ¡Amén!
Pastor Luis O. De León