“No traspase los linderos antiguos que pusieron tus padres.” Prov.22:28

Para evitar que personas extrañas y malvivientes violen la privacidad de la propiedad ajena, muchos propietarios colocan verjas con alambres de púas alrededor de sus propiedades.

Cuando era niño había cerca de nuestra casa un vecino que tenía un árbol de pumarosa (para nosotros en Puerto Rico y otros países hispanos también se le da el nombre de pomarrosa). El dueño permitía que los muchachos de la vecindad entraran los sábados en la mañana a recogerlas, bien maduras y deliciosas. Pero una noche se nos antojó comer pumarosa y planificamos entrar a la casa del vecino (aventura de adolescente), con el gran problema que el portón estaba cerrado y teníamos que saltar la verja. Con mucho cuidado logramos entrar y ya en el patio ocurrió lo inesperado, el perro comenzó a ladrar. Las luces del patio se encendieron y comenzamos a huir trepando la verja. Con la prisa de la huida, se me enganchó el pantalón en la verja y se desgarró. El vecino, luego de unos cuantos gritos y advertencias a los ladrones reconoció a los que estaban allí y dio quejas a nuestros padres. Por supuesto, yo lo negué, pero la evidencia que tenía mi mamá era CONTUNDENTE; el pantalón roto en sus manos. El precio de la obstinación fue muy caro. Hasta el día de hoy recuerdo la paliza que me dieron… ¡cómo dolió!

Muchos saben con claridad que Dios tiene principios definidos en relación con todos los frutos de su fecundo paraíso. Dice que esto se puede comer, esto no por ahora, y esto otro ni ahora ni nunca.

Algunos saltan la verja: Tienen amigos conflictivos, hábitos cuestionables, casamientos incorrectos, diversiones peligrosas y otras tantas frutas prohibidas. Sí, saltan la verja, piensan que le han “ganado a Dios”, que son más listos que la iglesia y más libertos que el estricto pastor. Y se ríen silenciosamente de haber saltado la verja.

Pero siempre se rompe algo más serio que los pantalones y se desgarran por dentro con mayor dolor que la ropa. Puedes saltar la verja. Vuelve a hacerlo; pero el precio de la obstinación, siempre, es muy costoso.

Pastor Luis O. De León

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