“Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.  Juan 17:21

El tema de la UNIDAD, es uno de los más discutidos, inmensamente deseado, pero, menos practicados en todos los ámbitos de nuestra sociedad, incluyendo la iglesia. Es interesante notar que Jesús hablo de la unidad al final de su ministerio. Después de tres años y medio de lidiar con los discípulos y percibir lo que había en el futuro, recalca con una fuerza irresistible la unidad como un factor imprescindible para el crecimiento y fortalecimiento de la iglesia futura.

El apóstol Pablo, en Efesios 4:1-16, desarrolla lo que es la Teología de la Unidad, es decir, el proceso progresivo para llegar a la misma. Se establece en este pasaje que existen tres unidades que deben darse simultáneamente, pero en ese orden: Primero la UNIDAD DEL ESPIRITU, el reflejo de mi relación con Dios, segundo la UNIDAD DE LA FE, mi actitud de vida espiritual frente a los desafíos de la vida cotidiana, y como resultado de respetar las primeras dos unidades, viene como consecuencia natural la UNIDAD DEL CUERPO. Es decir, la unidad comienza con mi relación con Dios, se reafirma en los postulados bíblicos que es donde se basa mi fe y se expresa en mi comportamiento con los demás.

La UNIDAD no se decreta, no se establece simplemente por una motivación inherente, interna, sino que es la consecuencia de un proceso espiritual y bíblico. La UNIDAD no es una experiencia, es una consecuencia. Podemos clamar, convocar, gemir, escribir, exhortar, llorar por la UNIDAD y no pasará nada, hasta que no respetemos y obedezcamos el patrón bíblico de la UNIDAD. La Unidad no es uniformidad, es diversidad. Somos diferentes, pero en esas diferencias puede coexistir la UNIDAD que nos dará credibilidad de que somos hijos de Dios y cristianos maduros. 

Dios desea que estemos UNIDOS PARA VENCER.  ¿Quieres ser parte de este ejército de la fe?

Luis O. De León

Pastor

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