Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.  Romanos 8:28

A veces la vida transcurre como un río. Las aguas son mansas, refrescan las orillas y hacen germinar y florecer los contornos. Pocas veces los ríos son rectos, dan vueltas y vueltas, pero siempre terminan en el mar. Quisiéramos que la vida fuera como un río porque, después de todo, la Biblia termina con el río de la vida de Dios.

Otras veces la vida es como una montaña, dura, inamovible, inexpresiva, rígida y muy difícil de trepar. Hay rocas que despedazan las manos y los pies; hay barrancas que se desmoronan y hay misteriosas y tenebrosas cuevas donde quien sabe que alimañas vivirán en ellas. Las montañas cuanto más grande son, más nos sobrecogen.

La Biblia habla mucho de montes y montañas. A diferencia de los ríos, todas las montañas apuntan al cielo, y cuantas más altas, más cerca del cielo están. En una montaña Dios dio la Ley, y en otra montaña dio la gracia.

A veces atravesamos ríos, otras veces montañas, pero en todo ello, Dios tiene un propósito. Solo el pobre y triste pecador, vive en los valles y en los desiertos secos y áridos de la depresión.

Oración: Gracias, Señor, por los ríos que son grandes lágrimas, y gracias, Señor, por las montañas que son como seguras roca de fe, Gracias por tu compañía y cuidado. Amen.

Tomado del libro, Un Corazón Pastoral del Dr. Carmelo B. Terranova

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