María Magdalena tenía sus razones para llorar. Pero estaba equivocada. Una tumba vacía y un par de ángeles resplandecientes no reemplazan la causa del dolor. Hay algo más: ¿Qué buscamos…?

No podemos evitar el dolor, la angustia, el sentido desesperante de estar frente a la perdida de lo más amado y lo más deseado.

Es entonces que aparece esa extraña y curiosa pregunta: ¿A quién buscas? Y todo cambia. María Magdalena buscaba un cadáver. Cristo le ofrecía una Presencia viva. Eso cambia por completo el sentido del dolor, de la angustia de la soledad.

¿A quién buscas cuando no sabes qué hacer? ¿A quién buscas cuando todo tu mundo se desmorona, y tus amigos te dejan y sus manos están ocupadas en sus propios intereses…? ¿A quién buscas cuando has pecado y nadie lo sabe y quisieras un corazón perdonador y poderoso para limpiar y bendecir? ¿A quién buscas cuando tu hogar se hace pedazos y no sabes cómo repararlo, y solo te queda el llanto y el dolor? ¿A quién buscas cuando la bendición que debías dar la has convertido en maldición, y el amor que de ti esperaban se convirtió en odio?

No bastan las lágrimas. No es suficiente el llanto y el dolor. Tiene que ser dirigido. Si buscas al Señor. Si sólo te interesa el Cristo vivo y real y nada te importa de tumbas vacías, de ángeles brillantes y de dolores irreparables, y sólo te importa ver el Rostro del Señor, entonces sí que las lágrimas tendrán sentido y saldrás con gozo a contar que has visto al Señor. 

Tomado del libro, Un Corazón Pastoral por el Dr. Carmelo Terranova

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