Siempre nos molesta la actitud de los fariseos cuando usaban dos medidas para juzgar a las demás personas. Una de ellas era rígida e inflexible basada en la dura piedra de la ley, la otra era flexible, elástica y tolerante, basada en su propia naturaleza.

El tiempo ha corrido, las costumbres han cambiado y las situaciones son distintas, pero sin embargo aún permanecen inalterables estas dos medidas: Una para unos, otra para otros.

Pero donde esto se hace inexplicable y doloroso es en la vida cristiana. Somos inflexibles con las debilidades ajenas pero permisivos con las nuestras; tenemos una medida estricta basada en los sanos parámetros de la Palabra de Dios – y esto es muy bueno – pero modificamos estas medidas cuando afectan nuestra propia vida o la de nuestra familia. Enjuiciamos implacablemente los defectos de otros hijos pero silenciamos los pecados de los nuestros.

A menudo la medida que usamos está impregnada de nuestra teología, nuestra opinión y nuestras creencias, y no podemos tolerar que otros piensen distinto de nosotros o discrepen de nuestras santas y perfectas opiniones. Usamos medidas condicionadas mientras guardamos silencio acerca de nuestras debilidades, fallas y equivocaciones.

No es nuevo. Jesús siempre lo supo, por eso dice: “¿Y porque miras las paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? Porque con el juicio que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida que medís, os será medido.”

 

Tomado del libro Un corazón Pastoral por el Dr. Carmelo B. Terranova

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