La vida siempre está bajo el ataque de la tentación. En todos nosotros hay puntos débiles. Y es en esos puntos débiles donde la tentación lanza su ataque, donde la “tendencia” se agudiza y se manifiesta. Satanás nunca pensó ser Satanás, él pensaba que era muy espiritual. Y poco a poco llegó a creer que era más importante que Dios y más rico en espiritualidad. Terminó siendo un pobre diablo.

Los fariseos comenzaron bien. Decidieron ser los guardianes de la santidad del pueblo y los defensores de la Ley. Poco a poco se compararon con los demás y se consideraron más santos y espirituales que Jesús. Terminaron siendo despreciados por el pueblo y enjuiciados por el mismo Señor.

La mayoría de las sectas comenzaron con una buena intención: Enfatizar la Verdad descuidada o enseñar una nueva fórmula para ser santos y perfectos. Primero se aislaron como el grupo de “los más santos”, después menospreciaron a los demás y finalmente rechazaron la autoridad de las Sagradas Escrituras.

La peor de las tentaciones es el orgullo espiritual. La triste pretensión de tener el monopolio de la espiritualidad y ser los dueños de la única fórmula para ser santos. El orgullo espiritual tiene sus raíces en las emociones, en el mundo de los sentidos y en la esfera de las experiencias físicas.

La marca distintiva de la espiritualidad es la humildad, el temor reverente a Dios y la ternura real a los hermanos, especialmente a los que son distintos y no piensan igual. Espiritualidad es sujeción a las Escrituras y el rechazo a todo lo que no tenga el sello de “Así está escrito”.

El orgullo espiritual dice: “Dios me ha dicho”, la humildad espiritual afirma: “Esto dice la Palabra de Dios”. Si por alguna razón consciente o inconsciente has caído en esta trampa sutil, aun con las mejores intenciones, Ve al Señor, abre tu Biblia en el Salmo 139 y reclama a la luz de Romanos 12, la protección de Dios para tu vida y ministerio. Ora al Señor: No permitas que mis tendencias den lugar al tentador a llevarme a hacer el mal.

Pastor Luis O. De León

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