Según los días de la tierra – alrededor de 33 años – el Hijo de Dios regresaría al cielo. Los ángeles recordaban la perfecta y sublime belleza que tenía cuando se fue, como así la tristeza de su rostro al ver la condición de la humanidad (incluso la tuya y la mía). También recordaban aquel palpitante momento en la eternidad cuando el Amado Hijo le dice al Padre: “Yo iré” y “siendo Dios se despojó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”¡Parecería ayer cuando se fue de la tierra….! …Y ahora regresaba.
No había la tristeza de su primer partida. Había gozo, increíble gozo. Había vencido a Satanás, al pecado y a la muerte. Sin embargo, algo había cambiado. Los ángeles guardaron silencio. El Padre se puso de pie. ¡Todos le miraron las manos…y los pies… y quedaron mudos al ver su costado! El Hijo eterno de Dios, el bendito Señor de Señores, tenía las marcas de la cruz…
Entonces El habló. Extendió sus manos y dijo: “Aquí están las marcas de la victoria, el precio de la eterna salvación. La garantía para todos. Nunca más habrá pecado, ni dolor, ni enfermedad, ni diablo, ni lagrimas.” Guardó silencio. Aquí en la tierra muchos lloramos, porque nosotros le hicimos esas heridas, y por nosotros sufrió y murió.
Pero allí en los cielos los ángeles y todo ser celestial prorrumpieron en cantos de alabanza y adoración. Y todavía lo están haciendo. El Padre dijo algo que escucho decir a su Hijo cuando estaba agonizando en la cruz; “CONSUMADO ES”.
(Tomado del libro Un Corazón Pastoral por el Dr. Carmelo B. Terranova)