Hace algunos años, en un congreso de calidad de vida celebrado en Francia, luego de intensos debates y extensas ponencias, llegaron a la siguiente conclusión: “Que el siglo 21, el más informado de todos las épocas de la historia, es donde más reina la confusión de todas las épocas de la historia.” Esta realidad se refleja en todos los niveles de vida; la familia, los gobiernos, la sociedad, la educación y aún la religión. La confusión consiste en no saber distinguir – aparentemente – entre lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto, los valores y los antivalores. Pero me parece que es la premeditada intensión de combatir todo lo que tiene que ver con los principios morales y éticos de la vida. El evangelio no escapa a esa confusión.
Casi al terminar el Sermón del Monte, hay un fuerte párrafo de advertencia y juicio. Es una advertencia a falsos profetas y falsas evidencias religiosas. La intensidad de la advertencia, nace de la intensidad del amor de Dios. Que nadie sea engañado por otros, que nadie sea engañado a sí mismo. El apostol Pablo le dice a Timoteo: “cuídate de ti mismo y de la doctrina”. Para Pablo lo más peligroso de un siervo o sierva de Dios es su personalidad, más que la doctrina sana que pueda enseñar.
Muchas veces pensamos que otros pueden engañarnos y es cierto, pero no es menos cierto que podemos auto engañarnos, es decir, queremos creer las cosas, que nos gusta creer. La descripción que hace Jesús de estos falsos profetas es muy interesante: “ovejas por fuera, lobos por dentro”. Parecen personas cultas, de suave hablar, elocuentes e inteligentes, que sutilmente mezclan la verdad con la mentira y dicen que hablan de parte de Dios.
Entonces, ¿Cuál es la evidencia del profeta de Dios? Primero, permanece en Cristo, respira a Cristo, vive para Cristo, lo segundo, la evidencia del Fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). El comportamiento, actitudes de esa persona, es más importante que la exposición pública, producto de la imagen fabricada que se quiere proyectar. Pero no solo debemos mirar esto en el mensajero de Dios, sino en nuestra propia vida. Algunos dirán: “Señor, Señor, en tu nombre…” El fiasco será cuando delante de Dios sean rechazados y desechados, porque lo que hicieron, fue motivado por intereses personales mercantiles y no para honrar y hacer la voluntad de Dios. Por sus frutos los conoceréis. ¿Estás dando frutos? ¿Qué clase de frutos?
Pastor Luis O. De León

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