Comenzó a nevar temprano. A la tarde los copos caían con más frecuencia y poco a poco todo comenzó a cubrirse de un manto blanco de diferentes formas y tamaños. Regresé a la casa en medio de un impresionante panorama de nieve. A la mañana al asomarme por la ventana del dormitorio, todo el prado frente a casa era un asombroso espectáculo de nieve.
Las negruzcas formas que antes aparecían en el prado, las pequeñas protuberancias, las retorcidas raíces, las hojas muertas en el suelo, los desperdicios regados y todo el diverso matiz de la tierra, las cosas y las plantas estaban sepultadas bajo la nieve. Entonces recordé una cita de Isaías: “Sí vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos.” Y al mirar la nieve di gracias al Señor por cubrirme con la blancura de Su amor, Su gracia y Su misericordia.
No hay fórmulas para limpiar las manchas de nuestra vida. No hay métodos ni terapia que conviertan las retorcidas raíces y los desperdicios de nuestra vida en un limpio y refulgente manto blanco. Excepto que bajen del cielo los copos de la misericordia de Dios.
Quedé mirando largo rato la nieve sobre el prado, los tejados, la copa de los árboles, los carros en la calle y las aceras blancas. Y di gracias al Señor porque eso hace con nuestras vidas. Di gracias por la nieve y comprendí al salmista diciendo: “Lávame y seré más blanco que la nieve”.
La diferencia también es conmovedora: la nieve natural viene cuando ella quiere, la nieve de Dios cuando se la pedimos. ¿Pedirías nieve sobre el prado de tu vida…?
Tomado del libro “Un corazón Pastoral” del Dr. Carmelo B. Terranova