Esta es la pregunta más antigua y, con seguridad, una de las más solemnes que haya afrontado el ser humano. Fue planteada en circunstancias dramáticas por Dios mismo.
Uno de los muchos y más trágicos resultados del pecado fue el penoso cambio que se verificó en la naturaleza moral de Adán y Eva. Inmediatamente después de la desobediencia, se sintieron despojados de la paz y la inocencia originales y en su lugar fueron atormentados por la culpa y la vergüenza. Deliberadamente se habían arriesgado a desobedecer el mandato divino, en consecuencia, se rompió el vínculo de confianza que los había conservado unidos a su Hacedor. El gozo y el amor desaparecieron de sus corazones y confundidos y llenos de temor pretendieron huir de Dios. Pero a ese ser humano, extraviado y confundido, Jehová lo llamó y le dijo: ¿Dónde estás tú?
“¿Dónde está tu hermano Abel?”(Génesis 3:8-10)
Esta penetrante y dura pregunta de Jehová a Caín abre el relato del “juicio” del primer fratricidio narrado en la historia bíblica. A esta primera pregunta se agrega una segunda no menos punzante y terrible: “¿Qué has hecho?” Preguntas que requieren una respuesta inmediata, no hay tiempo, Dios es quien interroga.
Las preguntas de Dios, pues, no tienen por finalidad enterarse de lo sucedido, “porque Él conoce los secretos más profundos”. La pregunta de Jehová tiene más bien por finalidad “hacer conocer” y reconocer la profundidad y el carácter del pecado; y, en todo caso, abrirle las puertas de la misericordia al ser humano ante una confesión voluntaria y arrepentida de su pecado.
¿Qué tienes en tu mano? (Exodo 4:2)
Pregunta que nos invita a reconocer lo que poseemos y como lo podemos utilizar.
Siguiendo las instrucciones de Dios podemos conocer al Dios de Abraham, al Dios de Isaac y al Dios de Jacob.