Una de las más tristes experiencias de la vida cristiana es conocer excelentes personas que tienen el “Evangelio según mi propia opinión”.

Si trabajan en la Iglesia, será sólo a la manera de ellos. Si tienen amigos, sólo serán si piensa como ellos. Si colaboran con otras personas, las únicas reglas que funcionan son las que ellos establecen. Parecen buenas, amables, simpáticas y santas, sin embargo, casi todo es superficial. El evangelio de ellos es simplemente eso: “el evangelio de ellos”; no es el de Jesús. El evangelio según “mi evangelio” produce personas solitarias, refunfuñonas y decepcionadas de ¡”cómo son los demás”! Cada vez es más estrecho el círculo de amistades y cada vez más ancho el orgullo y la autosuficiencia. Con una sonrisa en los labios y una dulzura exterior menosprecian la disciplina, la sumisión y la obediencia.

El evangelio de Jesús es totalmente distinto. En el centro está la Cruz. Y a partir de esta Cruz toda la vida transcurre buscando cómo servir, cómo hacer más de lo que se espera aún cuando “a mí no me guste”. Este evangelio de Jesús repite las palabras del Señor: “No busco mi voluntad sino la de aquel que me envió”.

Este maravilloso evangelio de Jesucristo se desespera por dar más de lo esperado; por hacer “la otra milla”. No busca lo suyo sino lo del otro. Nunca explica sus obstinadas acciones porque está anhelando agradar a tantos como sea posible.

El bendito evangelio de Jesús termina con mil puertas abiertas. El otro evangelio, “a mi manera”, termina con puertas cerradas. ¿Cuál es tu evangelio?

Tomado del libro: Un corazón pastoral por el Dr. Carmelo B. Terranova

 

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