Jeremías se quejó delante de Dios. Le expresó su dolor, soledad y frustración.
Se sentía enfermo y sus heridas no sanaban. Sentía que Dios estaba enojado con él.
También la angustiosa soledad llegó a su vida. Para él, su rumbo era inestable. Qué difícil proceso el que estaba viviendo este hombre de Dios.
Pero Dios, le consoló. Llegó a tiempo con la promesa de cuidado y protección. No obstante, Dios le entrega la solución y le invita, en medio del dolor, a que cambie la forma de ver las cosas.
La restauración del profeta comenzaría en el momento en que él, decidiera ver y hablar de lo bueno en lo malo. Es que veía el vaso medio vacío y no medio lleno. Es un ejercicio que hoy Dios nos invita a realizar.
¿Cómo hacerlo? ¡De eso vamos a hablar!
Norberto Arce Reyes