Esta fue la pregunta que le hice hace algunos años a un joven. Su nombre Roberto Ruíz.  Él era el mayor de tres hermanos.  Provenía de un hogar desastroso. Sus padres se habían divorciado cuando él tenía 12 años, nunca volvió a ver a su padre.  Su madre se casó nuevamente, pero su padrastro no supo ganarse la amistad, ni el cariño de Roberto y sus hermanos, convirtiéndose aquel hogar, en un infierno de insultos, violencia física y amenazas de muerte. Finalmente Roberto huyó de su hogar, abandonó la escuela, se dedicó a vender drogas y luego se convirtió en adicto.

Estando en una transacción de drogas, sus compañeros le traicionan, le disparan, cae herido mortalmente, lo abandonan, pero un buen samaritano lo lleva al hospital.  Estando allí, planificaba cómo vengarse, hasta que recibe la Palabra de Dios y la invitación a nuestra Iglesia Alianza en Guaynabo.  Al final del culto, Roberto se acercó y llorando me dijo: “Todo estuvo lindo, pero mi vida es un desastre, no tengo salida, Dios me abandonó.”  Le pregunté: “¿Cuánto valor tienes?  Me miró con asombro y me dijo: “Ninguno”.  Entonces le dije: “Quiero que sepas que Dios te ama y que eres extremadamente valioso a sus ojos y si estás aquí no es de casualidad, Él te trajo para que sepas que si entregas toda tu vida a Jesucristo, tendrás una vida nueva, un nuevo propósito, un nuevo plan, porque tú vales la sangre vertida por Cristo en la Cruz.  No vales menos de eso”.  Han pasado 20 años y Roberto es pastor y capellán en los Estados Unidos.  Esta historia, estoy seguro, se repite todos los días en muchos lugares.

Es posible que jamás te hayas dado cuenta del valor que tienes delante de Dios.  Quizás nunca pensaste en el precio que Dios pagó por ti.  Dios dio lo mejor que tenía, su único Hijo, por amor a ti. En Cristo tenemos un nuevo linaje espiritual.  Cuando entiendas realmente todo lo que Dios ha hecho por ti, entonces podrás actuar en base a sus promesas, su poder y en su victoria.  No te conformes con menos de lo que Dios tiene reservado para ti.

Pastor Luis O. De León

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