Corría el año 1988 y participaba en un congreso para evangelistas itinerantes en California organizado por el evangelista internacional y amigo Alberto Mottesi. La asistencia fue de unas 6,000 personas y las experiencias inolvidables.
En la última noche, dos cantantes fueron invitados a participar como parte del devocional del congreso. Cuando presentaron al primero, sobrino de un cantante famoso de música popular de aquella época y con un gran parecido físico a su tío, hubo aplausos muy efusivos. El joven cantante, utilizando sus habilidades histriónicas, recorrió toda aquella enorme tarima de lado a lado, aplaudió, habló, exhortó, bailó, puso a la gente a brincar y a cantar… terminó transpirado y agotado; pero satisfecho de su desempeño artístico. Inmediatamente, presentan al segundo cantante que de una manera sencilla y humilde, saludó a la audiencia; y luego de unas breves palabras comienza a adorar al Señor y con suaves palabras exhortaba a amar a Dios con todo el corazón y a serle fiel.
Mientras todo esto ocurría, observe a la gente llorando y algunos comenzaron a ponerse de pie y a caminar hacia la enorme tarima donde se añadieron muchos más. Se arrodillaron, se postraron y adoraron a Dios con toda sinceridad. Yo también estaba de rodillas con ellos.
Han pasado los años y aún al recordar esta escena me conmuevo hasta las lágrimas. Tengo gratitud en mi corazón por el crecimiento, el alcance y el desarrollo de la música cristiana. La cantidad de cantantes y músicos cristianos que están surgiendo es impresionante y damos gloria a Dios por esto. Pero al mismo tiempo tengo el temor que toda esta expresión de adoración se desenfoque y busquemos más efectos escénicos que efectividad en la proclamación del evangelio y la exaltación de Nuestro Señor Jesucristo. TENGO TEMOR QUE BUSQUEMOS LOS APLAUSOS HUMANOS Y NO LA ADORACIÓN Y APROBACIÓN DE DIOS EN NUESTRAS VIDAS Y MINISTERIOS. Recordemos la historia de Nadab y Abiú que ofrecieron “fuego extraño” al Señor y la respuesta fue rápida, contundente y fulminante. Pagaron con sus vidas tal deshonra a Dios.
Bien lo dijo el gran predicador inglés Carlos Spurgeon: “La adoración verdadera no es el sonido tumultuoso que se repite por labios clamorosos sino es el silencio profundo de un alma que se abraza a los pies del Señor.”
Pastor Luis O. De León