La amargura o resentimiento es una de las enfermedades más peligrosas del ser humano. El psicólogo suizo Paul Tournier decía: “El resentimiento consume al consumidor; porque es el destructor silencioso que contamina la mente, el cuerpo y el espíritu.”  Tarde o temprano destruye tu persona y a los que te rodean.

La amargura es producto de un desagrado lleno de indignación como resultado de algún daño, insulto o injuria; ya sea real o imaginaria. Es más que ira, aunque comienza con ella.  Es el resultado de una ira no resuelta.  Los sentimientos reprimidos y acumulados nos carcomen hasta tal punto, que algunas personas se convierten en inválidos emocionales  y enferman físicamente.  Por eso es tan importante resolverla sea imaginaria o real.  La ira profunda no resuelta que se convierte en amargura o resentimiento pueden llevar a esa persona obsesionarse por las ansias de “venganza” que pueden llegar a matar a alguien.

La palabra amargura o resentimiento se menciona muy poco en el Nuevo Testamento, pero tiene una larga historia en el Antiguo.  El clásico caso de la historia de Caín y Abel lo ilustra  (Génesis 4:1-16).  Caín estaba airado porque su ofrenda no había sido aceptada, pero la de su hermano sí. En realidad no era un problema entre Caín y Abel, sino entre Caín y Dios, porque fue Dios quien rechazó la ofrenda de Caín.  Pero Caín se resintió y se deprimió.  En lugar de arrepentirse y pedir a Dios que lo perdonara, descargó su amargura y su resentimiento contra su hermano.  Lo peor aún, sus palabras, cuando el Señor le pregunta por su hermano reflejan la condición de su corazón enfermo: “Acaso soy guarda de mi hermano”.  En otras palabras: “A mí no me importa mi hermano.”  Hasta ese nivel puede descender un corazón amargado.

La Biblia no prohíbe disgustarse, pero determina dos controles:  Que este no se convierta en amargura, resentimiento y odio. El segundo es que diariamente revisemos nuestro corazón y cómo hemos manejado los sentimientos negativos. La Biblia nos advierte:  “No se ponga el Sol sobre vuestro enojo.”  En otras palabras, no te acuestes a dormir sin haber resuelto cualquier discordia o mal entendido. Un antiguo proverbio latino dice: “El que se va enojado a la cama lleva a dormir consigo al diablo.”

El Perdón y el arrepentimiento son las herramientas más poderosas para Vencer la Amargura o Resentimiento.

Pastor Luis O. De León

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