Subo las escaleras de las antiguas oficinas centrales de la denominación cristiana a la que pertenezco en Levittown. Al final de las escaleras, en una pequeña oficina, dialogan alegremente tres pastores. Tras el saludo afectuoso comparto unas palabras con ellos. Uno me pregunta, “Oye, Jorge, ¿Por qué tú eres un peleón en nuestras reuniones públicas?” Le respondo: “¿A qué te refieres?” “Cada asunto que se discute tú tienes que tomar parte, sea este importante o no; y tu tono de voz muchas veces no es el mejor.” Los otros dos fijan sus ojos en mí y con sus rostros afirman lo que se está expresando.

Me doy cuenta que lo dicho y afirmado es cierto. Me preparaba para cada reunión y aportaba más de lo que debía. “Sí, esto es así, ayúdenme a cambiar.” Les pedí que ya fuera con una mirada, un ligero toque o directamente tenían permiso para corregirme. Los tres eran mis amigos y los amigos están para ayudarse.

Las palabras y gestos de Iván, Milton y Julio se quedaron en mi mente y me ayudaron a cambiar mi acercamiento a los asuntos que públicamente se discutían. Hubo aprendizaje positivo. Fui aprendiendo que lo importante y apropiado otros también lo pueden decir. Fui aprendiendo que otros pueden tener buenos acercamientos que yo puedo secundar sin que éstos salgan de mis labios. Fui aprendiendo que cuando se habla poco y con contenido, las personas te prestan más atención. Con el correr del tiempo descubrí que eran más apreciadas mis cortas aportaciones en asuntos cruciales.

Cuatro años después esos mismos hombres comenzaron a ser de ayuda cuando fui electo superintendente y asumí las responsabilidades del cargo. Lo siguieron siendo por los nueve años que estuve haciendo los mandatos para el Señor Jesús, desde ese lugar de ministerio.

Algo que nos hace bien es tener quien nos ayude a ver nuestras posiciones incorrectas y tener la actitud para corregirlas sin importar quienes seamos o la edad que tengamos.

Tomado del libro: “Cada día se aprende”

por el  Rev. Jorge Cuevas

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