Cuando empecé mi trabajo pastoral puse mi vista en hombres que entendía modelaban la excelencia en dicha labor: La fluidez de pensamientos y dominio de la oratoria del Rev. Félix Ayala, la enseñanza bíblica del Rev. Gilberto Candelas, el pastoreo individual del Rev. Antonio López, el arrojo unido a la alegría que le acompañaba al Rev. Arcadio Natal para irse a un lugar nuevo a comenzar una obra, y la sencillez y sabiduría de Florentino Santana. Años más tarde llegó de la Argentina el Rev. Carmelo Terranova cuya amistad nos permitió entrar en el Aposento Alto juntos. Un día, mientras compartía en su hogar, abrió el archivo de su oficina y me dijo, “Jorgito, las notas que aquí hay y así como los libros que ves en los anaqueles están a tus órdenes”. No abusé de su amor y cortesía, pero acudí a él muchas veces, buscando una nueva orientación.
Su muerte inesperada dejó un vacío difícil de llenar. En su funeral relaté la experiencia que vivimos junto a nuestras respectivas familias cuando, en una escapada para un corto descanso, nos fuimos al Balneario Boquerón en Cabo Rojo al oeste de Puerto Rico. Era una noche estrellada y Terranova y yo caminábamos por la playa cuando me sugirió que nos acostáramos en la arena mirando al cielo. Un hermoso cielo estrellado estaba delante de nuestros ojos. Éste, ayudado por la oscuridad del lugar, se hacía más resplandeciente. Carmelo me dijo: “Mira bien ese cielo; ¿No te parece una maravilla que el Creador de todas esas estrellas se haya fijado en dos porquerías como tú y yo y las haya puesto en el ministerio para que lo representemos?” Aquella noche quedó grabada en mis recuerdos con una de las mejores lecciones de humildad que pude tener. Terranova fue mi pastor aún en los nueve años que me tocó pastorearlo como Superintendente del Distrito de la Alianza Cristiana y Misionera de Puerto Rico. Conté con su ayuda, respeto y rico compañerismo.
¡Cuántas gracias le he dado a Dios por haberme permitido estar cerca de estos siervos y poderlos tener como consejeros, mentores y amigos!
Tomado del libro: “Cada día se aprende” Por el Rev. Jorge Cuevas