Julio era un estudiante del curso Formación Espiritual, que el que escribe dictaba en el Seminario Teológico de Puerto Rico. En este día en particular, al terminar la clase, Julio (nombre ficticio. Escrito con la aprobación de la persona involucrada) me pide conversar. Trabajaba en un centro comercial. Observó y solicitó una posición de gerente. Debido a su falta de experiencia al principio no le fue bien. La práctica le ayudó y empezaba a desempeñar su función con eficiencia.

Sólo tenía un problema- su conciencia, tras estar como estudiante de Formación Espiritual, no lo dejaba tranquilo. Para conseguir el trabajo gerencial, con un mejor salario, había mentido. Sabía que ante Dios esto no estaba bien. Tras nuestro diálogo y confesión  se da cuenta que tiene tres posibilidades de acción: no hacer nada y seguir consciente que ha actuado mal y pecado contra el Señor que ama y sirve; renunciar y quedarse callado; o confesarle al jefe lo que hizo con la gran posibilidad que lo despidan. Oramos y lo despedimos haciéndolo consciente que la decisión sobre la acción a tomar sería de su propia responsabilidad.

Pasaron dos días y recibí una llamada telefónica. “Profesor, es Julio. Hablé con mi jefe y le confesé lo que había hecho. Estaba asustado pero preparado para lo que sucediera. El jefe me dijo, “el mismo Dios que te dio el valor para venir aquí y confesar me da a mí el deseo de perdonarte. Te voy a colocar en otro puesto. Sigue trabajando y que no se repita.”

Había paz, alegría y convicción que el perdón y la misericordia habían llegado; desde el cielo a él y a través de su jefe. Confesar y arreglar cuentas con Dios siempre traerá paz espiritual. No necesariamente tendremos la misma respuesta por parte de aquellos a quienes ofendemos o engañamos.

Julio sigue creciendo en conocimiento de Dios y Su Palabra y aplicándolo primero a su vida. Escogió estar bien con Dios y su conciencia que mantener un mejor salario.

 

Tomado del libro: “Cada día se aprende” por el Rev. Jorge Cuevas Vélez

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