Me encontraba en una de esas pequeñas reuniones que tienen las iglesias en que la mayoría de sus miembros y asistentes brillan por su ausencia. El pequeño salón comenzó a recibir a sus asistentes. Nos saludamos afectuosamente con el acostumbrado abrazo.

Lo especial de esa reunión es la composición del grupo y la activa participación de todos en la misma. Allí están dos niños hermanos de once y seis años, Gadiel y Viviana. Cada uno pide oración, uno por salud y el otro por su abuelo. Estos a la vez oran por sus padres y por aquellos que tienen a su lado.

Hay un matrimonio en sus tempranos veinte con un bebé en sus brazos. Ella pide oración por la salvación de su padre. Cuando ella ora le pide a Dios la bendición para su vida matrimonial. Pide también que el testimonio de la vida dedicada a Jesucristo no falle en el hogar para ejemplo del bebé que crece. El esposo da gracias a Dios.

Otras madres más adultas testifican de cómo sueñan con ver a sus hijos sirviendo a Dios de corazón y piden oración por ellos. Tres personas en sus cuarenta oran por la protección del Señor para cada familia en este mundo de tantos peligros. Tres damas solteras gozosas en Cristo interceden por aquellos a su lado. Tres matrimonios en sus cincuenta años intercediendo uno por otros y pidiéndole a Dios que les ayude a servir con el don que les ha dado. Una abuela ora por sus nietos que dejan la isla para establecerse en Norteamérica. Mi esposa y yo éramos los participantes de mayor edad y orábamos por fortaleza para enfrentar cada nueva circunstancia y por discernimiento para saber usar nuestro tiempo.

No vi a nadie aburrido. Todos sentíamos que era agradable pasar esa hora juntos intercediendo los unos a los otros. Habíamos obedecido el deseo del Señor y sentíamos que estábamos cerca de él y del uno al otro. Regresé a casa agradecido por aquel momento y pedí al Señor me diera muchos más así.

Voy haciendo la costumbre de orar a través de la semana por esas reuniones pequeñas y por el gran culto del domingo. Voy a ellos con la expectativa de bendecir y ser bendecido.

En una oración silenciosa le dije al Señor: “Dame el ambiente y hábito de comenzar el culto en casa para poderlo continuar en la iglesia. Dame una actitud correcta con mi familia pequeña que la pueda disfrutar con mi familia grande.”

Tomado del libro: “Cada día se aprende” del Rev. Jorge Cuevas Vélez

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