En los días de Ezequiel, Dios buscaba a un hombre que se interesara por las cosas de Dios, que se comprometiera con la obra y que dijera: “Yo lo haré”. Con palabras lacónicas el profeta dice: “Y no lo hallé.” Sin duda había mucha gente buena y había mucha gente capaz. Gente que podía hacerlo, gente “que se metiera”. Ellos decían lo mismo que dicen hoy en día: “yo no me meto”, “si no me llaman, yo no voy”, “a mí nadie me dijo nada.”

Dios busca gente que se meta, que no está atada al protocolo, a los reglamentos, a los permisos oficiales.

Dios busca gente que se meta, sin esperar que les acaricien su piel, o que alaben sus virtudes o que los inviten formalmente.

Dios busca gente que se meta, por puro amor a Dios, por puro amor a la obra, simplemente por puro amor. Gente que diga como Isaías: “heme aquí, envíame a mí.” O que diga como Pablo: “Señor, ¿Qué quieres que haga?”

Dios busca gente que se meta y yo también. ¿Me permites una pequeña oración mía? “Señor, dame gente que se meta y se ponga a mi lado para gloria de Tu Nombre. Amen.”

Tomado del libro: Un Corazón Pastoral por Dr. Carmelo B. Terranova

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