Nosotros miramos el horario y el calendario y a veces nos miramos a nosotros mismos y pensamos que es tarde. Que ya pasó mucho tiempo, que somos creyentes veteranos y expertos. Que todo lo sabemos y que nada nos impresiona. Nos sentimos abrumadoramente expertos y gastados. Y sin darnos cuenta nos resignamos a perder la frescura del primer amor, de las primeras oraciones, de los primeros cánticos y las primeras páginas de la Biblia leídas con la avidez y el candor de un recién convertido. Y nos parece que es muy tarde en nuestras vidas espirituales. Una silenciosa, monótona y sombría tristeza nos convierte en la sombra de los sueños que no pudimos realizar.
Eso ocurre cuando miramos el tiempo, el calendario y las horas de la vida. Pero un día cualquiera miramos a Dios, miramos a la cruz, miramos a los evangelios y descubrimos que cometimos una equivocación: nos equivocamos mirando al lugar incorrecto. Dios no envejece. Siempre es fresco, siempre es nuevo, siempre es para mí.
Nunca es tarde si quiero llegar a Dios. Nunca es tarde para orar de nuevo, alabar de nuevo y leer las escrituras con la fresca inquietud de un enamorado que encuentra la carta olvidada del amor de su corazón.
Nunca es tarde, nunca, nunca, nunca es tarde.
Tomado del libro: Un Corazón Pastoral del Dr. Carmelo B. Terranova