Estoy en una oficina médica y no tarda mucho tiempo en que alguien comience a hablar sobre lo malo que está Puerto Rico. Dependiendo del nivel de solidaridad que éstos tengan con los partidos políticos, así será el rumbo que tome la conversación. Siempre estará presente el tema de la mediocridad del gobierno y la legislatura.
Los programas de noticias y análisis en radio y televisión, que por lo regular son los que dan a conocer lo que el pueblo comenta, poco a poco han perdido todo respeto por aquellos que están en el poder legislativo. Los mismos políticos, de quien se habla tan negativo, hacen caso omiso de lo que continuamente oyen. Siguen faltándose el respeto unos a otros. La violencia verbal entre los que nos dirigen va en escala ascendente. Y pensar que son ellos los que se supone que encuentren solución al crimen rampante, a la violencia doméstica y al abuso de niños y mujeres.
Mis pensamientos se trasladan a la iglesia. Observo que ésta se encuentra en medio de este mundo turbado. Se supone que en la iglesia se experimente la paz de Dios y que los principios de las buenas noticias del evangelio sean la diferencia en vidas que conocen de Jesucristo.
Reflexiono sobre la iglesia y las Sagradas Escrituras. El salmista ve la reunión del pueblo de Dios como “algo bueno y agradable” (Salmos 133:1). Jesucristo ve su iglesia como algo que Él está edificando y en donde los males presentes no pueden prevalecer contra ella (Mateo 16:18). San Pablo la ve como columna y baluarte de la Verdad donde mejor se experimenta la comunión con Jesucristo (1 Timoteo 3:15). Los que se reúnen son amados de Dios y llamados a ser santos (Romanos 1:7).
Han pasado unos sesenta años desde que la iglesia comenzó. El Señor la observa y comunica a Juan (Apocalipsis capítulos 2 y 3) algunas situaciones que deben corregirse como: falta de entusiasmo en el amor por Él (Apocalipsis 2:4), tolerancia hacia la inmoralidad (2:13,14), motivación en retroceso (3:1) y centrado en ella misma (3:17). Hace un llamamiento a su iglesia a reconocer la realidad del momento, arrepentirse y recobrar el primer amor.
Salí de la oficina médica y mientras conducía mi auto a casa, paso por varias estructuras con su cruz alumbrada por el sol. Me trasladó mentalmente a Seúl, Corea, donde en el 1995 observé en una noche oscura cruces encendidas indicando que allí había cientos de iglesias. Le dije al Señor: “Gracias por ese oasis”. Y le pedí y le sigo pidiendo, que nuestro pueblo descubra el valor de la iglesia; y aquellos que la frecuentamos conozcamos mejor al Señor de la misma. Viviremos más felices y activos en lo que hace bien a otros. Puerto Rico necesita que, además de las cruces y las luces, el testimonio de la iglesia brille.
Tomado del libro: “Cada día se Aprende” del Rev. Jorge Cuevas Vélez