Nos visitó en la iglesia varias veces y nos robó el corazón. La última vez que vino estuvo seis meses entre nosotros. Le vimos dar amor. Abrazaba de una forma muy especial. Su sonrisa era única. ¡Como alababa a Dios! Oraba dando gracias por la congregación y por aquellos que él amaba. De sus padres y su hermana recibió amor y cuidado especial. De ellos aprendió el amor por Jesucristo y el respeto por su iglesia.

Fue un joven muy activo en medio de la discapacidad. Nació con Síndrome Down y otras complicaciones de salud. Su expectativa de vida no era mayor a los cinco años. Lo que Dios tenía para él era todo lo contrario a lo que el doctor, que le vio nacer, pronosticó. Participó en las Olimpiadas Especiales, fue miembro de los Niños Escuchas. Estuvo activo en el Programa de Manos que Ayudan. Se graduó de escuela superior. Le encantaba ayudar a su mamá en su casa y a la iglesia donde estuviera.

Todos esos logros se quedan pequeños al compararlos con lo que comenzó aquel noviembre de 1992, cuando a sus quince años reconoció que necesitaba al Señor Jesucristo como su Salvador y Señor. Ocurrió mientras observaba una película cristiana en televisión relacionada a la segunda venida del Señor. Le dice a su mamá: “Yo quiero ir al cielo con Jesús”. Su mamá se asegura de lo que él está diciendo y su papá le guía en la oración de la entrega. Desde entonces vivió respetando lo que aprendía de Dios, sometido a Su voluntad y testificando del amor de Jesucristo. ¡Con que gusto invitaba a otros a compartir con él el gozo del Señor! Años más tarde su iglesia lo declaró Anciano Honorario.

En una rama del cristianismo hay que esperar que uno muera y todo un proceso, que incluye tener evidencias de algún milagro que hiciera, para declarar a una persona santa. A quien recordamos hoy fue un santo desde su conversión. Por la imposición de sus manos ocurrieron sanidades. Con sus palabras bendijo a muchos y su mera presencia hizo sentir bien a otros. Disfrutó cada momento de su vida y nos hizo disfrutarla también.

A los veintinueve años nos dejó para ir al cielo con el Señor que amó, alabó y de quien testificó. Michael Anthony González, regalo de Dios al pastor Ángel González y a su esposa Grace. ¡Qué vida para celebrarla y recordarla!

Tomado del libro Cada día se aprende del Rev. Jorge Cuevas

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