“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor enséñanos  a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.” Lucas 11:1

Jesús entra en la historia, elige un grupo de hombres diversos, doce discípulos, y comienza a ministrar con ellos. Aquella gente lo ve hacer milagros como nadie era capaz de hacerlos, enseñar como nadie enseñó jamás; lo ven predicar, como ningún hombre de todos los conocidos había podido hacerlo, sin embargo nunca dijeron: “Señor enséñanos a predicar, enséñanos a hacer milagros o queremos aprender a enseñar con autoridad. Hicieron una sola petición: Señor enséñanos a orar.” ¿Por qué? Porque el misterio de la vida de Jesús, lo asombroso de su ministerio estaba encerrado en una vida envuelta en permanente oración. La definición clásica de orar es: Hablar con Dios, y es cierto. Pero la oración es más que hablar con Dios. El itinerario de una oración madura y con resultados implica varias cosas:

1- Contemplar– Orar no es solo monologar, es contemplar a Dios en la hermosura de Su Santidad. Orar es quietud. No es cuanto decimos sino cuanto escuchamos al Señor. Con razón dice el salmista: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a su diestra para siempre.” Salmos 16:11. Estamos acostumbrados a hablar mucho y así medimos la efectividad de nuestras oraciones, entonces perdemos el sentido de arrobamiento, de enamoramiento, de contemplar al Señor en toda Su Gloria. Dietrich Bonhoffer, el mártir del régimen nazi, dijo en una ocasión: “La altura espiritual de un cristiano es aprender a hacer silencio para escuchar a Dios.”

2- Ser contemplado– La oración nos descubre a nosotros mismos. Cuando oramos en el Espíritu somos desnudados en el Espíritu. Algo comienza a acontecer en nuestras vidas. Cuanto más cerca estamos del Señor, más real se hace nuestra condición delante de Él. Allí se ven las faltas de nuestras vidas como también las marcas benditas de Nuestro Señor Jesucristo. En ocasiones huimos de la oración porque no queremos que el Señor nos muestre lo que somos, lo que hay en el corazón. El Rey y Cantor David decía en uno de sus salmos: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad, y guíame por el camino eterno.” Salmos 139:23,24.

3- Batallar– Orar es pelear con Dios, una lucha a brazo partido. Cuando hablo de pelear, no lo expreso desde la soberbia de un corazón que cuestiona los designios del Señor, sino de reclamar, insistir, gemir y llorar por el cumplimiento de las promesas de Dios.

La vida de oración profunda es una lucha espiritual que no se gana con discursos, literatura ni estrategias humanas. Se ganará con hombres y mujeres que aprendan a contemplar al Señor, ser contemplados por Él y pelear con Dios tu bendición.

Pastor Luis O. De León

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