Antes le llamaban travesuras de niños o malas costumbres. Cuando mi compañero de travesuras, hijo del dueño de la tienda, le robaba el ron a su papá y me invitaba a beberlo en la parte de atrás de la tienda, ahí comenzaba una aventura muy peligrosa en mi vida. Mi papá era un trabajador honrado y dedicado a su labor como dinamitero en las canteras del gobierno; pero mi papá era alcohólico. Recuerdo haberle regalado licor, un día de los padres, que él recibió con mucho agrado. Papi vivía con su esposa a unos kilómetros de mi abuela en Barceloneta. Nos habíamos mudado a vivir allá cuando mis hermanos mayores ingresaron al ejército y estuvieron en entrenamiento en Tortuguero.

Cuando un compañero de clases me dijo un día que yo apestaba a ron me fui dando cuenta que yo iba en el mismo camino que mi papá, por el mismo camino de un amigo que hurtaba cosas de su casa y las vendía en la tienda de la esquina y en el mismo camino de otros jóvenes que no decían la verdad. Pude haber llegado al mismo camino de tantas y tantas personas que han desperdiciado sus vidas sino hubiese sido por aquel domingo, en noviembre de 1954; fui confrontado con el amor de Jesucristo, su poder transformador y perdonador, que me hizo una nueva criatura, con nuevos deseos y motivaciones.

Para pensar…

Un detente al aprendizaje negativo es posible si tienes quien te ayude.

“El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado” (Proverbios 13:20)

 

Tomado del libro Cada día se aprende del Rev. Jorge Cuevas Vélez.

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