Miramos las letras y las palabras y no comprendemos nada. Tanto los idiomas como los dialectos son un enigmático mundo de comunicación. Parecerá que Babel se multiplicó en la historia.

Cuando España conquistó a América poco a poco los nativos perdieron su lengua o la mezclaron con el castellano. Sin embargo algunas tribus huyeron al interior de la selva o a valles remotos en inaccesibles montañas, y allí conservaron sus costumbres y su lenguaje.

La lengua Cabecar es una de las más antiguas del continente. La hablan los indígenas “cabecares” en las tupidas selvas de Costa Rica. Y allí llegó Jesucristo hablándoles, no en hebreo ni en griego ni en arameo, ni aun en castellano. Llegó hablando el lenguaje Cabecar en los labios de los misioneros que les amaron y aprendieron su lengua. Y ahora, si usted y yo vamos a visitarles, muchas veces en el día escucharemos la frase dulce que dice ¡Sibo Keidzinopa!  Y no entenderemos nada. Pero en el cielo, ¡que alboroto!, entre los ángeles ¡qué alegría! Y en el corazón de Dios un latido de tierna conformidad, porque aquellos indígenas están diciendo ¡Alabado sea el Señor! Sibo Keidzinopa, ¡Alabado sea el Señor!

Filipenses 2:11 dice: “Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. Y mis amados hermanos de la selva, todo el día, como saludo, como bienvenida y como despedida, viven diciendo, ¡Alabado sea el Señor! Sibo Keidzinopa.

¿En qué idioma o dialecto tu alabas al Señor todo el día y en todo tiempo…?

Tomado del libro “Un Corazón Pastoral” por el Dr. Carmelo B. Terranova

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