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Mi amigo Dardo me contó esta historia: Había en un
pueblo, hace tiempo y allá lejos, un chico muy pobre.
Era la noche de Reyes, y el chico dijo: “Mama, yo
voy a poner mis zapatos para que los reyes me dejen
un regalo. A todos los chicos les dan regalo”. La
mamá que era muy pobre le dijo: “No pongas tus
zapatos, los reyes no le traen nada a los que son
pobres”. “Sí, mama, yo los voy a poner. Loa reyes son
buenos y me van a traer un regalo como a todos los
otros chicos”. “No, no lo hagas. No te van a traer
nada”- insistía la mamá. Pero el chico los puso de
todos modos. Ni siquiera tenía zapatos, sino dos
alpargatitas (calzado de tela cocido con hilo)
agujereadas. Cuando dejó las alpargatitas en la
ventana, los agujeros parecían dos ojos vacíos
mirando al cielo.
Eran los
ojos de la pobreza.
Eran los
ojos de la tristeza.
Eran los
ojos de la esperanza.
Cuando el chico se levantó fue a ver sus regalos. Las
alpargatas estaban vacías, mojadas por el rocío de la
noche. Al salir afuera, todos los otros chicos
mostraban felices sus juguetes. “A ti, ¿Qué te trajeron
wlos reyes”? – le preguntaron. Y el chico pobre dijo: “A
mí no me dejaron nada porque cuando llegaron a casa
se les habían acabado los juguetes, pero lloraron de
tristeza y me dejaron sus lágrimas”. Y mostró las
gotas de rocío en sus alpargatitas.
Muchos niños del mundo solo tendrán lagrimas
mientras nuestros hijos se quejarán de que no se les
dio más, mejor y caro. Y llegará el día en que
nosotros tendremos lágrimas por haberlos corrompido
con nuestros regalos.
Oración: Señor, dános sabiduría para regalar a
nuestros hijos el amor Tuyo, que es en Cristo Jesús,
Señor nuestro. Amén.
Tomado del libro “Un Corazón Pastoral” por el Dr.
Carmelo B. Terranova
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