Pablo escribe una carta melancólica y al mismo tiempo inundada de gozo  espiritual y ardor evangelístico.  Está anciano y la mirada puesta en la corona cercana de los mártires. Poco a poco los suyos, aun los más amados, lo van dejando solo. Demas se fue al mundo, otros a predicar y únicamente Lucas le acompaña. Todo el capítulo  tiene la tristeza del ocaso de un gigante que sabe que le esperan los ángeles de la eternidad.

De pronto dice: “Ninguno estuvo a mi lado”, y agrega con dolor humano: “Todos me desampararon”, sin embargo su gran corazón dice: “No le seas tomado en cuenta”, como el Señor en la Cruz y Esteban al ser apedreado. Si la carta terminara allí, nos dejaría amargura en el corazón. Hay algo más. Hay un impresionante e inmortal pero… “Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas.”

Hay momentos- y algunos muy largos- en que nadie está a nuestro lado. Poco a poco nos van abandonando, sea por lo que fuere, pero quedamos solos. Es entonces cuando el Señor se hace real. Tan real que llena y cubre toda tu vida.

Si sientes que se han ido tus amigos, los hijos y los años… El Señor está a tu lado. Si los sueños y los ideales son solo sombras del pasado, en este mismo presente el Señor está a tu lado. Si te abandona las fuerzas y la debilidad y la enfermedad te rodea, es entonces cuando más cerca de ti está el Señor.

Tal vez precises que todos te abandonen. Que ninguno esté a tu lado. Ni los rostros queridos, ni los hijos del amor, ni tus hermanos en Cristo. Entonces, (extiende la mano de la fe…el Señor está a tu lado…y te dará fuerzas… ¡Bendita soledad que solo te deja con el Amado Señor!).

Tomado del libro Un Corazón Pastoral del Dr. Carmelo B. Terranova

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