Consternado y con tristeza observaba en la televisión la trágica noticia de la muerte de una joven enfermera de Sabana Grande. Maritza Rodríguez Morales de 24 años era una joven llena de vida con muchos proyectos por realizar. Quería terminar sus estudios universitarios y junto con su esposo remodelar su casa. Lamentablemente de manera cruenta es asesinada y abandonada en un río. Deja a un niño de cinco años, que con la inocencia que es característico de su edad preguntaba por su madre.
Un veterano de 57 años, a quien le ofrecía servicios médicos, su hijo y nuera confesaron el crimen a raíz de la remoción del hogar del nieto del veterano, por una querella radicada en el Departamento de la Familia.
Con profunda tristeza y llanto desgarrador, su esposo comentaba mientras observaba los materiales de construcción que con tanto sacrificio adquirió junto con su esposa: “Ella quería hacerla de cemento. Ese era su sueño, que nuestro hijo tuviera un techo seguro; ahora no sé qué va a pasar.” Su madre comentaba: “Era una hija ejemplar, luchadora, que iba de su casa al trabajo y a la iglesia”.
Hubo muchas reacciones ante esta muerte, algunas de indignación, de dolor, de ira y la petición de la pena de muerte para los autores del crimen, todas ellas entendibles. Pero, ¿Qué decir a esta familia sumida en la tristeza, interrogantes, sorpresa, consternación y llanto desgarrador? Definitivamente, no hay palabras humanas que puedan calmar el dolor del corazón por la ausencia de un familiar, excepto las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que lloran porque ellos recibirán Consolación” Dios mismo les consolará.
Pastor Luis O. De León