“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.” (Mateo 5:6)
A veces me parecía esta Bienaventuranza una frase retórica y utópica. Pero hay que entender las palabras en el contexto en que fueron escritas. En aquel tiempo el hambre era hambre y la sed era sed. Un obrero promedio, un jornalero ganaba 8 centavos por semana y con eso tenía que vivir. No había agua potable, solo la que venía de los ríos o de los pozos subterráneos. La palabra hambre y sed tiene sentido para aquella gente, mucho más que para nosotros.
El hambre y sed que habla Jesús a sus discípulos no eran físicas sino espirituales. No se refería a un deseo que podía ser fácilmente satisfecho con lo que el ser humano puede proveer. Hablaba, en cambio, de un anhelo de alcanzar la santidad y la justicia que está totalmente de acuerdo con la preciosa y perfecta voluntad de Dios. Es el deseo de las cosas más profundas de Dios, las que nos bendicen y enriquecen. Además, así como el hambre y la sed son dos necesidades vitales para la sobrevivencia del ser humano, la justicia es otra necesidad imperiosa para la vida.
Dichosos, felices, son los que tienen hambre y sed de justicia, no de las cosas del mundo, sino de las cosas de Dios. La bendición es que ellos serán SACIADOS, sus deseos serán SATISFECHOS, porque solo Dios puede saciar el alma hambrienta.
Pastor Luis O. De León