“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables.” 1 Pedro 3:8

Es evidente que la iglesia, tanto como la sociedad y las instituciones, están gravemente resquebrajadas. La imagen de una iglesia dividida resta credibilidad al mensaje unificador y salvador de Jesucristo. Aun dentro de una iglesia local- como aconteció en Corinto- las divisiones traen tristeza al Señor y limitan el poder del Espíritu.

Esto explicaría el porqué muchos hablan de unidad. Con ardiente vigor hacen una fuerte denuncia a favor de la unidad. Sus palabras son convincentes y llenas de pasión. Pero cuando prestamos atención a esta denuncia a favor de la unidad, consiste en proponer una unidad de acuerdo a sus puntos de vista: “La verdadera unidad dicen – consiste en estar de acuerdo con lo que yo creo. Y si no piensan como yo, están dividiendo la iglesia.”

La verdadera unidad es la de la renuncia, no solo la de la denuncia. Estar plenamente convencidos de lo que creemos, pero al mismo tiempo aceptar el derecho de otros hermanos a pensar con libertad y autonomía. Cuando confundimos uniformidad con unidad, en vez de un cuerpo con diversidad de miembros, conseguimos una mole de carne sin vida.

La verdadera unidad consiste en nuestra lealtad al Señor Jesucristo, quien nos ha salvado. Nuestro amor a los hermanos con sus diferencias. Y nuestra angustia por los perdidos.

Te acepto como eres. Acéptame como soy.

Algo mejor que la denuncia, es la renuncia.

Tomado del libro: “Un Corazón Pastoral” del  Dr. Carmelo B. Terranova.

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