Si miramos el Sermón del Monte con ojos naturales, es una locura hacerle caso. Pero si lo miramos con ojos espirituales, es una locura no hacerle caso. Jesús está diciendo: “Yo soy el modelo. No les pido más de lo que yo hago. Y además les doy los recursos y el poder de hacerlo.”
El Sermón del Monte- como toda la vida cristiana- es una contradicción del comportamiento natural de la sociedad, la cual se basa en la ley de la reciprocidad o de la venganza. No se puede pedir a un no creyente el comportamiento de un redimido. ¡Y no se puede aceptar que un redimido actúe como un no creyente!
A la ley del “Ojo por ojo”, generalmente se le conoce como la Ley de la retribución o “Lex talionis” (del latín lex-ley, y talio- igual, equivalente-; es decir, el castigo es igual o equivalente) o simplemente la ley de la equivalencia. La ley de las equivalencias constituyó un intento no solo de limitar el alcance del castigo, también pretendía impedir la crueldad. Dicho de otro modo, esto quería decir que el castigo debía ser proporcional al crimen cometido, y también debía restringirse a la persona que lo había cometido (Deuteronomio 19:18-21). En los días de Jesús, la práctica se había convertido en una transacción comercial: “Tienes que pagar (con dinero) por el daño que has hecho.”
En Mateo 5:38-42, Jesús no abrogó este importante principio legal. Al contrario, nos invita a los creyentes en Cristo a que en la práctica fuéramos más allá de la letra de ley. Por ejemplo ¿Cómo reaccionamos frente al insulto o la calumnia…? ¿Cómo actuar ante aquello que continuamente nos están molestando, pleiteando, etc.? ¿Cómo proceder ante las injusticias y la presión de los demás?
La implícita intención de la ley es: – “Véngate”- Las palabras de Jesús es eliminar el espíritu de revancha personal tan propia del ser humano. La venganza produce satisfacción inmediata pero luego más amargura que el perdón. Jesús, personalmente, en su propia vida lo ejemplificó para que siguiéramos su ejemplo. Se imitador de Cristo, es la clave de la vida triunfante y feliz.
Pastor Luis O. De León