El cristiano, en total oposición a la tendencia creciente de integrarse con la sociedad, es un permanente contraste y una paradoja. Se preocupa seriamente por los problemas de la sociedad, pero no comparte su filosofía ni sus intereses.
El cristiano gana cuando renuncia. Tiene victoria cuando lleva la carne a la derrota. Su centro es la Cruz, no el éxito. Porque ha muerto con Cristo, vive abundantemente. El cristiano no explica, declara. La Cruz parece locura al no creyente, pero es sabiduría para los creyentes en Cristo. Vive aquí pero su hogar es el cielo. Camina entre los hombres pero está sentado con Cristo en lugares celestiales.
Cada vez que el creyente se parece más al mundo se parece menos a Cristo. Mientras unos se vuelven locos buscando prosperidad, él se obstina en buscar la santidad.
En esta divina paradoja, el cristiano aborrece la homosexualidad pero ama a los homosexuales. Combate enérgicamente los agentes físicos y químicos que provocan el Sida, pero abraza y llora con los pacientes de Sida. Y la más descomunal y abrumadora paradoja es que insiste en salvar obstinadamente a todo el mundo, simplemente porque Dios derramó su amor en nuestros corazones. Es un hombre del cielo en la tierra.
Y cuanto más se distancia de este presente siglo, más disfruta la vida en Cristo.
Somos una extraña paradoja.
Tomado del libro “Un Corazón Pastoral” del Dr. Carmelo B. Terranova