“Si Te volvieres, oh Israel, dice Jehová, vuélvete a mí y si quitares de delante de mi tus abominaciones, y no anduvieres de acá para allá.”
Jeremías describe la sórdida inestabilidad religiosa con una frase sencilla pero contundente: “…y no anduviereis de acá para allá” (Jeremías 4:1). El pueblo de Dios se había convertido en novelero, amante de todo lo bueno y todo lo emocionante. Si Baal estaba de moda, a Baal seguían. Si Astarté (diosa fenicia de la madre naturaleza, vida y fertilidad) se destacaba, a Astarté aplaudían. Y si Dios tenía un rey ferviente o un profeta ardiente, a Jehová seguían.
La costumbre no ha desaparecido. Todavía hay muchos cristianos que van de acá para allá. Para ellos la iglesia es como las salas de espectáculos: Según el programa, asisten. Van detrás de las agrupaciones corales y cantantes del momento hasta que se aburren. Detrás de los predicadores y “apóstoles” ungidos hasta que se vuelven comunes, detrás de la congregación creciente y novedosa hasta que se acostumbran, y después va a otra, y luego a otra. Un día van a la iglesia más “avivada” y otro día a la más “bíblica”. Otra vez a la más grande, porque “es importante”. Y otra vez a la más pequeña porque “es muy amorosa”.
Ir de acá para allá es ir a ningún lado. Porque la inestabilidad congregacional es síntoma de inestabilidad espiritual. Y la inestabilidad espiritual puede ser el reflejo de inestabilidad emocional.
Puede ser que hayamos visitado o asistido a un par de iglesias hasta hallar el modelo provisto por Dios para nosotros. Por eso hebreos dice: “No dejéis vuestra congregación, como algunos tienen por costumbre”. Porque Dios sabe que el andar de acá para allá siempre termina en la nada y en la soledad.
Pastor Luis O. De León